Nereo Rodríguez Barragán, en su “Historia
y Geografía del Municipio de Rayón”, editada por la Sociedad Potosina de Estudios
Históricos, en 1972, rescata un pasaje que, R. P. Herrera Alcorcha, misionero
en San Felipe de Jesús de los Gamotes, legó a la posteridad como testimonio de
su acrecentada fe cristiana, de su amoroso desempeño y conquista espiritual que
a base de la más humilde labor entre los pames de la zona, consolidó guiado por
esa luz interna que su Dios Creador, le depositó para que en su nombre, salvara
lo salvable.
“Acaso el presente estado de la Misión
dio margen a que los neófitos de ella haciendo recuerdo de su antigua
gentilidad el año de ochenta y dos del actual Siglo, manifestaran movimientos
de idolatría que califiqué con el hecho de haberles aprehendido en una oculta
gruta varios idolillos, formados de piedra y barro, vestidos con su especie de
mantillas, a quienes ofrecían en algunos trastecillos, pulque, tamalitos,
huevos y otras cosas: ocultándose en paraje incógnito, temerosos de que lo
supiera como su Ministro, y los castigase, como efectivamente lo hice (después
de que con eminente peligro de que me quitasen la vida, los aprehendí a ellos,
y a los indios en un espeso y horrible bosque) llevado del celo de la Religión
y del bien de aquellas almas, disponiendo el día de Corpus, por la mayor
publicidad, una hoguera en la cual presentes los delincuentes, los reduje a
ceniza para escarmiento de los idólatras y ejemplo de los demás, apercibidos
seriamente para lo sucesivo y explicándoles las terribles penas que merecen los
que cometen tan admirables delitos, y que sólo a Nuestro Dios se le debe
adoración, cuya reprensión obró tanto en ellos que hasta la presente no se les
ha vuelto a advertir acción opuesta a las máximas del cristianismo”. (Rodríguez
Barragán, 1972: 5)
En este añejo pasaje, nada tiene que ver
la Santa Inquisición que, con idénticos métodos purificaban las endemoniadas
acciones de los pobres nativos.
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