viernes, diciembre 05, 2008
LA MUJER DE VESTIMENTA BLANCA (leyenda)
Fría noche de invierno, de las casas solo una pequeña y débil luz asomaba por las ventanas; afuera, por las calles, el viento rasgaba la tierra levantando un sonido escalofriante, la neblina cubría por completo la visibilidad, difícilmente podría distinguirse cualquier ser aún teniéndolo a escasos metros.
Pedro se encaminaba, como todos los días, a su casa. Arrastraba sus pasos con pasmosa lentitud, llevaba en su mano derecha la bolsa colorada que día con día, su esposa usaba para enviarle comida al trabajo, cuesta arriba, Pedro recorría la calle principal del Barrio de la Santa Cruz para poder llegar a su domicilio.
Cansado por el excesivo trabajo dentro del ingenio, solo pensaba en llegar a casa y tirarse a dormir, sobre la cama, en el sofá, donde fuera; pero en la casa.
El frío viento le golpeaba el rostro a cada instante, pero él, continuaba lento su camino.
Sobresaltado, sintiendo la sensación de ser observado, continuamente volteaba la mirada hacia atrás como queriendo ver a alguien, se sentía observado, podía sentir incluso ligeros pasos, suaves y delicados, entonces detenía su marcha y en ese preciso instante cesaban aquellos diminutos pasos. Se empezó a inquietar, apresuraba el paso pero sentía no avanzar, y aquellos pasos, cada vez más y más cerca.
Sentía que el corazón se le salía del pecho, incluso, quiso llevarse su mano izquierda para detenerlo pero no logró moverla.
Estático, inmóvil, como petrificado, sentía como poco a poco era alcanzado por aquél misterioso ser que le seguía.
El viento frío logro que Pedro reaccionara pero solo par ver pasar junto a él una esbelta mujer, de pelo largo, suelto, instante insuficiente pues no pudo observar el rostro de tan atractiva figura.
“Buenas noches Pedro”, pronunció con voz de lo más normal aquella mujer.
Pedro, aún desconcertado, nervioso por la traición del miedo, solo se limitó a contestar el saludo. Parado ahí, vio perderse entre la neblina aquella mujer que, parecía flotar a escasos centímetros del suelo, la vestimenta larga, de un blanco deslumbrante cubría completamente hasta sus pies.
Titubeante, Pedro decide seguir aquella mujer, no le importó el cansancio, el miedo, el tormentoso silencio y los perros; los perros no están ladrando, se cuestiona Pedro, que importa, con éste frío quien ladra. Acelera el ritmo de su andar para dar alcance a aquella mujer, pero ésta, al sentir los pasos de Pedro le dice: “Pedro, no me sigas, vete a tu casa”.
Pedro haciendo caso omiso, como impulsado por el viento fuerte que arrastra a su paso todo, se dirige autónomo, idiotizado, hechizado por fuerzas inexplicables hacia la mujer de vestimenta blanca.
Los ojos de Pedro se tornaban poco a poco un tanto rojizos, había perdido el habla; solo balbuceaba sin sentido, fija la mirada hacia la mujer, camina como desesperado, sin control.
Al tener cerca de la misteriosa mujer, Pedro la abraza por la espalda y con movimientos bruscos intenta frenético recorrer aquél cuerpo con sus crudas manos, la gélida temperatura en Pedro y el intenso clima de aquella noche contrastaban con la sudada y caliente figura de la mujer, a él no le interesó, solo quería abrazarla, besarla, tenerla entre sus brazos y poseerla.
Inexplicablemente aquella mujer no se opuso a los deseos de Pedro, solo reía suave, susurraba vocablos desconocidos, diferentes, susurros que Pedro por lo apresurado en sus propósitos, no atendió.
De golpe, Pedro detiene su acción como para observar a su alrededor y comprobarse de que nadie fuera atestiguar aquel suceso.
Observó poco, lo cerrado de la neblina no permitía ver demasiado, escuchó nada, ni los perros que en otros días anunciaban el paso de Pedro rumbo a su casa, solo sentía un intenso calor en su cuerpo.
Al comprobar que no era visto por nadie, continuó con su aventurada actitud, volvió a tomar aquél cuerpo y trató inútilmente de despojar de la vestimenta blanca a la sudorosa esbelta figura, intentó incluso, a tirones, desprender en pedazos la tela, pero solo se percató de que por alguna razón estaba perdiendo su fuerza. Entonces, aleja sus manos de la ropa y gira aquél bello cuerpo para verlo de frente, para contemplar a la mujer que lo estaba; literalmente, volviendo loco, para besarla, para mirarle a los ojos y descubrir correspondido la complicidad del deseo.
Aquél grito fue aterrador, Pedro corrió sin dirección fija, gritaba: “su cara, su cara”, corrió horas y le parecía pasar siempre por los mismos sitios, del cansancio desfalleció y se refugió entre pequeños montículos, ahí pasó el resto de la fría noche, temblando de miedo y balbuceando incoherencias.
Al medio día, encontraron a Pedro en un estado deprimente, recargado sobre la esquina que formaban dos tapias, con la mirada fija en invisibles figuras, el poco pelo erizado y lleno de polvo, tenía por todo el cuerpo moretones y rasguños, algunos de ellos profundos hasta los huesos.
Se encontraba sumido, perdido a causa del desequilibrio emocional que había sufrido horas antes, cuando impulsado por el deseo de poseer a la mujer de vestimenta blanca descubre horrorosamente una realidad hasta hoy desconocida.
Lo cierto es que, las personas que lo encontraron, acudían al sepelio de una joven mujer la cual en vida era señalada por la costumbre de pasear a solas por las calles obscuras y solitarias de aquél barrio, costumbre nocturna que la gente interpretaba de malos pasos y la relacionaban con hechicerías tildándola de bruja.
Ahora yacía en un ataúd grisáceo y la blancura de su vestimenta resplandecía de extraña manera.
Lo confuso para los asistentes al sepelio eran las largas uñas de esta atractiva mujer, se encontraban manchadas de sangre fresca y su rostro sudoroso reflejaba una pequeña y pícara sonrisa de satisfacción.
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4 comentarios:
Interesante historia...felicitaciones al autor
La historia es real?
En parte...
Yo soy de Tamasopo y amo sus mitos y leyendas hermoso mi pueblo
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