UNO DE LOS GRANDES
Demasiado humano, presumir la grandeza de su pueblo, de sus hombres, sus culturas; hasta su barbarie.
Cada sociedad presume sus ilustres personalidades, se enaltecen con los logros ajenos de aquellos, les festejan sus aciertos históricos y minimizan los errores pretextando la condición humana propensa al ritmo de las pasiones momentáneas y circunstanciales.
En ese típico acento de exaltación, debo compartir un nombre: José Martín Rascón, tamasopense de altos vuelos, hombre afortunado quien fuera seleccionado por don Porfirio Díaz Mori para que en representación del pueblo y gobierno mexicano acudiera a Japón, para consolidar las fuertes bases de las relaciones diplomáticas entre ambos países.
Llega al puerto de Yokohama en septiembre de 1890 y es recibido con todos los honores, de esa forma, Rascón se convierte en el primer enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de México en el lejano Japón; claro que, como consecuencia de la firma del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación del 30 de noviembre de 1888, pactado en Washington. Un acuerdo de suma importancia para ambos países, con plena igualdad jurídica, sobre el respeto a la soberanía y la dignidad.
Jose Martín Rascón presenta sus credenciales diplomáticas en Tokio ante el Emperador Meiji Mutsu-Hito, posteriormente se concentra en buscar lugar para las instalaciones de la embajada en la ciudad capital; antes de ello había mantenido una oficina consular en Yokohama. En noviembre de ese mismo año, firma con el gobierno de Tokio un contrato de arrendamiento por 30 años, prorrogables por tiempo indefinido sobre dos lotes que sumaban cinco mil metros cuadrados, ubicados en el Barrio de Nagata-cho, zona centro en donde se congregaba el poder político japonés.
En ese sitio se construyó el edificio de la Legación mexicana, mismo que fue totalmente destruido por los bombardeos de los aliados en el transcurso de la segunda guerra mundial.
Después de haberse firmado el Tratado, México recibe la primera migración japonesa, misma que se establece en Chiapas y logra convertirse en pilar de la actividad cafetalera en aquella hermana entidad; éste movimiento demográfico es conocido como “la inmigración de Enomoto”.
José Martín Rascón fue el menor de los hijos de José Domingo Rascón, quien comprara la extensa hacienda de San Ignacio del Buey en 1842 y que, una vez adjudicada; en 1844, cambiara de nombre por Hacienda Rascón.
Si José Martín Rascón no es tamasopense por argumentos micro patrioteros, entonces el General Ignacio Zaragoza no es mexicano pues nació en Texas, cuando aquél territorio aún pertenecía a México.
CAÓTICO 1940
Deseo entender que una severa crisis social antecede a un profundo cambio estructural en el organismo que experimenta dicha mutación, dice el pueblo en tono conformista; pretendiendo ocultar sus lamentaciones, que después de la tormenta llega la calma.
1940 fue un año difícil, en el marco nacional el asesinato de León Trotsky y las elecciones federales agitaban las masas urbanas quienes iniciaban a solicitar transparencia en los procesos de la vida democrática.
En Tamasopo, nuestra querida y recóndita pequeña patria las cosas no pintaban distinto, aunque ajenos a la ideología marxista y a los golpeteos entre ¨camachistas¨ y ¨almazanistas¨, la situación fue sumamente delicada.
Brotes de viruela azotaron la zona que va desde La Esperanza hasta Santa María Tampalatín, situación de emergencia que el gobierno del Estado no atendió hasta que el número de fallecimientos se tornaron convincentes y la epidemia se propagó hasta La Palma.
Además, una cruel crisis económica originada por el paro del Ingenio de Agua Buena quien se negaba a cubrir salarios atrasados a los obreros; anteponiendo la declaración de la quiebra empresarial.
La situación azucarera, trajo consigo que cientos de jornaleros temporales y de tránsito por la zona se congregaran en las poblaciones cercanas a las áreas de cultivo, Agua Buena se fue viendo poco a poco asediada por miradas ajenas que robaron pronto la tranquilidad social. Imposible controlar a tanta gente, los robos se hicieron presentes; hasta la ropa de los tendidos desaparecían a plena luz del día, una ola de abigateos por la región acentuaba la primicia del pueblo: ¨la panza es primero¨, de las reses sacrificadas solo se encontraban las ensangrentadas pieles.
Se decía que en esos núcleos de personas se infiltraban presidiarios peligrosos, asesinos que escapando de sus cárceles encontraron en las circunstancias de 1940 el ideal campo para pretender pasar desapercibidos.
Al detener la producción el Ingenio, buen número de agricultores determinaron aminorar los daños de la situación procesando la gramínea para obtener piloncillo; lamentablemente, estos minúsculos intentos se estrellaron en la incomprensible actitud de las autoridades municipales en turno quienes desmantelaron los sencillos trapiches declarándolos ilegales, además de que perjudicaban los intereses de la compañía azucarera.
Sumado a todo aquello, la noticia de que un grupo armado de ex cedillistas levantados contra el gobierno se refugiaban por los rumbos de La Gavia movilizó tropas en varias direcciones para combatirlos.
Nuestras autoridades municipales claro que se preocuparon ante la angustiante situación, sin embargo, poco lograron hacer, por cierto, el municipio de Tamasopo en ese primer año de la cuarta década del vigésimo siglo, contó con cinco Presidentes Municipales.
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