viernes, enero 01, 2010

DIMENSIÓN DE LOS CRONISTAS


El quehacer de los cronistas es complejo, suele ser en ocasiones incomprendido, restado en su magnitud e importancia. Ser cronista es una distinción especial, con una misión no solo específica sino trascendental en la vida de la sociedad.

No se trata de solo “hacer crónica”, registrar los acontecimientos que van marcando el rumbo social dejando profunda huella en su transformación, se trata sí, de registrar la crónica, pero también de ser el principal factor en la indagación, en el resguardo y la difusión de la historia y cultura local misma.

Indagar, resguardar y difundir, puntos motores en la actividad cotidiana del cronista, un ejercicio carente de fijos horarios y protocolos administrativos, quehacer constante que suele generalmente tener nocturnas fatigas e insomnios inspiradores que se tejen con tazas de café y monólogos confusos.

Al fin humanos, igual que los demás, resultado de lo que se ha leído, sí, en verdad, somos lo que hemos leído y esto lo reflejamos hasta por los poros de la piel que nos envuelve, lo denotamos en los actos propios y en los de intercesión con el resto social.

Investigador incansable, lector empedernido, autodidacta por convicción, frío y apático ante sucesos triviales, espectador social con la mirada fija en lo que sucede; para no dejar escapar nada, reconstructor de sucesos, atador de cabos sueltos y ordenador de circunstancias y episodios que la evolución social deja en el olvido a consecuencia de su presurosa e incierta marcha.

Si bien cierto es, que el cronista se nutre de la tradición oral y con testimonios de partícipes directos, también certero resulta mencionar que existen herramientas claves en este desempeño, la literatura impresa, desde libros hasta folletos, adelantos tecnológicos como los portales virtuales son imprescindibles para acceder a información que habrá de fortalecer el criterio en la divulgación de sus aportaciones literarias.

Se anda, a un ritmo propio, perdido de las exigentes miradas y de peroratas insistentes que reclaman su presencia o su encierro burocrático, se anda, pretendiendo pasar desapercibido para no ser molestado, mezclándose con el común; algo poco común, se marcha entre deleites exhibidos en museos, entre sorpresivas e inesperadas emociones contenidas en pequeñas o espaciosas bibliotecas, entre los estantes de una hemeroteca o el frío motivador de una fototeca, se anda lento pero firme.

Nuestra local historia es un mosaico gigante, de él, día con día localizamos piezas que con la debida orientación incorporamos delicadamente en el amplio espacio del que se dispone, también, se suelen tomar falsos fragmentos que al no encajar son tardíamente desechados, errores de humanos, pues creo firmemente que nos asiste el derecho a equivocarnos; lo preocupante sería hacerlo constante y no tener el valor de reconocerlo.

Un cronista que no escribe no es cronista, un cronista que no lee no es cronista, un cronista que no investiga no es cronista, ser cronista requiere tiempo completo; entendamos, no existen los cronistas de medio tiempo y de fines de semana, cuando cronista se es, se es y punto.

Su parcial inspiración la obtiene de su amante la historia, a ella le roba fragmentos, episodios, instantes preciosos de calidez única, sus románticos susurros se transforman en letra viva del quehacer crónico, los suaves coqueteos candentes son una especie de condimentación literaria que se desliza entre líneas, se adentra entre párrafos conteniendo la respiración hasta toparse con el punto y aparte.

Con la historia el más tórrido de los romances, el perpetuo enamoramiento que de vez en vez, brinda frutos deliciosos a miradas atrevidas que degustan la lectura, aquí no existen las renunciaciones; disponemos del requerido tiempo y el espacio es todo nuestro, no hay límites, fronteras, topes ni retenes que malogren la iniciativa de la actividad creadora; aunque a decir verdad, es el estado de ánimo quien mueve los hilos del sensible motor de la inspiración.

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