“La fuerza de trabajo mexicana en la [Hacienda] Rascón era inmensa. La hacienda alojaba a 14 mil mexicanos. Algunas mujeres trabajaban en el casco bajo la supervisión de [Cora] Townsend, mientras que los hombres se afanaban de tiempo completos en los campos, ingenios y planta de energía. Un número indeterminado de residentes eran aparceros. Durante la cosecha de la caña y cuando la tierra se preparaba para la siembra, la fuerza de trabajo residente se complementaba con cientos de trabajadores de medio tiempo. Townsend mantuvo las mismas discriminatorias diferencias salariales que había advertido 20 años atrás en Querétaro (consultar bibliografía para entender estancia en Querétaro). Pagaba al superintendente Barlow y al administrador estadunidense de su ingenio más grande 1,500 dólares al año. En cambio, los jornaleros mexicanos ganaban apenas .30 centavos diarios, o menos de 50 dólares al año, lo que representaba una porción de 30 a 1. Los salarios de los trabajadores eran aún menores luego de realizadas las deducciones de las compras en la tienda de raya y otros servicios. Townsend acentúo esta discriminación en junio de 1903 cuando gastó 288.35 dólares en la “compra de negros”. La extrema desigualdad salarial entre los supervisores estadunidenses y los jornaleros mexicanos creaba condiciones culturales, económicas y sociales muy diferentes para las dos poblaciones y producía una separación entre mexicanos y estadunidenses, más que la fusión de pueblos que habría sido de esperar o desear”. (Hart, 2010: 213)
Al fallecer la señora Cora Townsend en 1906, su principal heredera, su hija Cora Ann Rascón, al ser menor de edad, no puede quedar al frente del complejo, lo hace en su nombre su tío el Doctor George H. Lee, de Galveston, Texas, quien con inversionistas estadunidenses toman el control absoluto de la aún enorme propiedad. De entre sus primeras acciones fue elaborar un minucioso censo interno para conocer sus activos.
“Los resultados mostraron que el mayor segmento de la finca, la Hacienda de Papagayos, cubría más de un millón acres (400 mil ha.), el ingenio y los campos de caña reclamaban 25 mil acres (10 mil ha.), entre las demás propiedades, la anexada Hacienda Sabinito, también conocida como Hacienda del Salto, contenía 40 mil acres (16,200 ha.) las cuentas por cobrar del ingenio indicaron 19 mil dólares en pagos esperados. La azúcar lista para su cosecha ascendía a un total de 180 millones de libras (81,540 kg.), con un valor de 6.5 centavos de dólar por libra, y el azúcar refinada almacenada valía 19,476.75 dólares. La mansión, el ingenio, las bodegas, la tienda de raya y otras instalaciones de la hacienda se valuaron en 250 mil dólares. Dos de las tiendas de la compañía, que vendían bienes a los trabajadores y sus familias, producían utilidades anuales netas de 3 mil dólares. El ferrocarril, de 14.5 kilómetros de longitud, valía 30 mil dólares.
Los activos totales de la empresa en bienes raíces, mejoras, equipo, caña de azúcar y otras mercancías eran de aproximadamente 5 millones de dólares. Además de caña de azúcar, la finca producía madera, mármol, tabaco, mezcal, palmeras, maíz e ixtle, planta fibrosa usada para hacer cuerdas. El inventario justificó la decisión de los consejeros de obtener el control de la Rascón Company mediante la adquisición de acciones cotizadas en más de un millón de dólares y de bonos valuados en 5 millones.
Los compromisos de George Lee le dejaban poco tiempo para administrar una hacienda azucarera, y la competencia de agricultores en Cuba y Hawái generó un débil mercado estadunidense y bajas utilidades para el azúcar mexicano. Lee y los banqueros de Nueva Orleans decidieron vender Las operaciones de Rascón si podían obtener el precio que deseaban. La sofisticación de los compradores varió ampliamente. Lee se inclinaba por los cientos de estadunidenses “honrados” de la colonia de “Agua Buena”, quienes pagaron por sus terrenos el precio más alto. Señaló que un agente inmobiliario apellidado Spillane “aún promueve la región, y los valores siguen subiendo”. En 1906 negoció la venta del complejo de haciendas con G. E. Patton, de la ciudad de Kansas. Lee pidió un millón de dólares por la finca Rascón completa. Patton respondió con una oferta de 525 mil dólares por únicamente la porción de San Luis Potosí. Era una mala propuesta para Lee y sus socios porque la sección de Tamaulipas habría sido privada de control sobre el ferrocarril y la planta de energía, y de los cultivos indispensables para satisfacer las necesidades nutricionales de la fuerza de trabajo.
Imposibilitados de vender al precio que deseaban, Lee y los consejeros procedieron rápidamente a capitalizar, modernizar y ampliar aún más sus operaciones. El gobierno de México quería que el área desarrollara todo su potencial, así que asistió en el otorgamiento de permisos para la transferencia de bienes y títulos de propiedad. La dirección de Rascón adquirió nuevo equipo para el ingenio con los fondos derivados de una emisión de bonos e instaló una planta de energía en Salto, donde el río descendía 180 metros en 8 kilómetros y en un punto tenía una abrupta caída de sesenta metros. La planta de energía resolvió el persistente problema de escasez de combustible. Lee ofreció entonces abastecer a A. Robertson, del Mexican Central Railroad, de suficiente energía eléctrica para transportar al menos un millón de toneladas métricas brutas al año de subida de Tamasopo a Cárdenas y tanto tonelaje como se quisiera en la dirección opuesta. Robertson no aceptó la oferta. Buscando racionalizar aún más sus recursos, Lee y los consejeros vendieron lotes marginales y excedentes”. (Ibidem)
Obra consultada:
“IMPERIO Y REVOLUCION. Estadunidenses en México desde la Guerra Civil hasta finales del siglo XX. John M. Hart, Ed. Océano. México, 2010.
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