viernes, julio 11, 2025

ESTACIÓN RASCÓN



EL ORIGEN

 

El surgimiento de Estación Rascón tiene origen en la necesidad de la Compañía del Ferrocarril Central Mexicano de contar con un espacio físico próximo al tendido férreo y poder abastecerse de agua; siguiendo la planeación del establecimiento de un taller mecánico para sus unidades. Y, como el trazo de las paralelas proyectadas, cruzaban propiedad de la Hacienda Rascón, perteneciente a los hermanos José Martín y José Manuel Rascón Altamirano, éstos les proponen, renunciar a las derivaciones por concepto de derecho de paso; segmento desde Abra de Caballeros hasta el río Tamasopo, y, donarles el terreno señalado, pudiendo utilizar el agua requerida, a cambio de que, en el punto seleccionado para la instalación del taller, se estableciera una estación, con el apellido de su padre José Domingo; de origen guatemalteco y, el suyo propio, obviamente, además del tendido de vía desde Crucitas al casco de la Hacienda “Gallinas”, por ser éste, el tramo más corto en longitud entre ambas.

Es importante señalar que, a diferencia de otros propietarios de terrenos por donde se proyectaba la vía, los Rascón no mostraron actitudes ventajosas, cedieron conscientes de la magnitud de la obra; y lo que pretendían, eran nimiedades, respetadas y cumplidas.

Los grandes propietarios, como Manuel del Refugio González Flores, Presidente de México y, dueño de la Hacienda de Tambaca, concluían en la donación del terreno de paso a cambio de apetitosos beneficios; aunque otros tantos, al reconocer poco provecho optaban por vender la franja de terreno a la compañía a excelente precio, no sin antes invertir en plantaciones de café, plátanos o caña de azúcar para encarecer aún más tal transacción.

Al parecer, el 5 de agosto de 1882 se iniciaron los trabajos del ferrocarril San Luis Potosí - Tampico, organizándose frentes compuestos de hasta mil personas; entre peones y personal especializado.

 Del kilómetro 163 al 201.60, o sea entre Abra de Caballeros y Tambaca, pasando por San Dieguito y Gallinas (terrenos de la Hacienda Rascón), tenía el contrato el “General Olvera y Cía”. Rafael Olvera, empleado personal de González Flores que, fungía a la par, como administrador de su Hacienda de “El Trigo, Tambaca y Anexas”, impuesto por aquél, estableció su centro de operaciones en San Dieguito.

 Así que, definido los acuerdos, arriban a la zona de las “Lomas de Tampala”; así se conocía la geografía circundante, cientos de trabajadores que laboran en el acondicionamiento del terreno para tender las vías y, posterior, otros tantos más, en la construcción del puente sobre el Río Tanchamay; vulgarmente llamado “Gallinas”. Y el otro puente, en Tambaca.

 Estos trabajadores formaban cuadrillas que solían laborar arduamente, para 1883, se encontraban despejados de maleza, un considerable tramo de los 37 kilómetros, que abarcaban desde el Abra de Caballeros a Tambaca, habiéndose contratado la extracción de material para terraplén.

 

Aunque el buen ritmo laboral, fue interrumpido cuando, en los primeros días del mes de julio, de ese mismo año, circula la información de que, 300 hombres de la Hacienda de Salto del Agua; también perteneciente a la propiedad de los Rascón, se habían sublevado, saqueándola y quemándola, así que, Rafael Olvera comunica de inmediato al General González Flores la situación, haciendo la recomendación de movilizar los destacamentos de Tampemoche y San Dieguito a un lugar estratégico pues, se dice que los sublevados ahora se dirigen a “Gallinas” y, poder prestar ayuda en caso necesario.

 

La respuesta del mandatario federal, varios días después, fue breve: “No hay necesidad los cabecillas fusilados 3.- y dispersados los sublevados. Manuel González”.

 

Pero como Rafael Olvera se ausentaba considerablemente, los trabajos se detenían hasta su retorno, aunado a ello, los retrasos naturales por las fuertes lluvias provocaban que mucha gente desertara, abandonando los campamentos.

 

También la falta de rieles provocaba una desesperante lentitud, pues los recursos de la magna empresa se recaudaban a cuenta gotas y, las vigas primero tenían que cruzar el Océano Atlántico para desembarcarse en el puerto de Tampico; provenientes de Inglaterra.

 

Así, entre penosos avances, prolongadas ausencias del responsable del tramo, deserciones masivas, muertes por epidemias en días de calor excesivo, copiosas lluvias dañando lo realizado y, desalentado los ánimos del personal, reconstruían, en 1887, el “Puente Grande” de Tambaca, el cual había quedado seriamente dañado con el temporal de lluvias pasado, una estructura hecha con grandes maderos de mezquite, de casi 13 metros de altura y 68 metros de largo, aproximadamente, con sus barandales.

 

Como el tiempo apremia y, Olvera en realidad solo se había encargado, aunque lentamente, de los trabajos de desmonte, terracería y terraplén; ahora la administración decide activar la conclusión de la obra, formalizando la contratación de otro frente de trabajo o cuadrilla, a cargo del Sr. Hill, quien tomaba la responsabilidad hasta Tambaca, segmentando así, la longitud inicial.

 

Para inicios de 1889, se encuentran prestos a iniciar la construcción del puente sobre el Río Gallinas; asegurando la compañía del central mexicano, además, que, están para llegar 15,000 toneladas de rieles a Tampico, con los que se pretende continuar armando la vía rumbo a Cárdenas.

 

Para marzo, el tendido de rieles arriba a Tambaca, siendo ensordecedor el tráfico de las máquinas constructoras.

 

El inspector oficial del Ferrocarril Central en su División Tampico informaba que, durante el mes de mayo se habían concluidos los trabajos del andamio del “Puente Grande” de Tambaca y, el “Puente de Fierro de Gallinas”; esto el 16 de julio.

 

Está de sobra decir que, el desarrollo de los trabajos de desmonte, carreteras y relleno de terraplenes fue ejecutado por el personal que comandaba el militar Rafael Olvera, integrado por indígenas pames, huastecos y, cuando estos desertaban en masas, fueron suplidos por jamaiquinos.

 

Los trabajos especializados de desnivel, alcantarillado, levantamiento de puentes, edificación de las estaciones, entre otros, estuvieron a cargo, desde su planeación, por personal norteamericano.

 

El 30 de marzo de 1890, concluía la obra y, el 17 de abril, se hacía el recorrido inaugural, contándose con la presencia de personajes del gobierno federal y estatal.

 

El 1 de mayo de 1890, se da apertura a la ruta: “Itinerario. Hé aquí el de los trenes que desde ayer comenzaron a correr entre San Luis y Tampico: El tren de Tampico saldrá de San Luis los martes y viernes solamente, a las 12.15 a.m. llegará a la Tinaja, 12.58; a Corcovada, 1.16; a Peotillos, 1.41; a Silos, 1.52; a Villar, 2.20; á la Joya, 2.57; á San Lázaro, 3.14; á Cerritos, 3.44; á San Bartolo, 4.30; á las Tablas, 5; á CARDENAS, a las 6; á la Labor, 7.11; á las Canoas, 7.40; á Tamasopo, 9.30; á Tambaca, 9.45; á RASCON; 10.30; á las Crucitas, 11.30; á Micos, 11.55; á Valles, 1.10 p.m.; á Taninul, 1.55; á las Palmas, 2.20; á Chijol, 4.30; á Tamós, 5.40; á TAMPICO, 6.30.

Saldrá de Tampico solamente los miércoles y sábados, á las 5.30 a.m. Llegará a Tamós, á las 6; á Chijol, 7.15; á las Palmas, 9.35; á Taninul 10.10; á Valles, 10.55; á Micos, 11.55, á las Crucitas, 12.30 p.m.; á RASCON, 1; á Tambaca, 1.55; á Tamasopo, 2.20; á las Canoas, 4.8; á la Labor, 4.37; á CARDENAS, 5.30; á las Tablas, 6.50; á San Bartolo, 7.19; á Cerritos, 8.9; á San Lázaro, 8.43; á la Joya, 8.58; á Villar, 9.41; á Silos, 9.57; á Peotillos, 10.8; á Corcovada, 10.38; á la Tinaja, 11.01; á San Luis Potosí, 11.45 p.m.”. (El Universal, Diario Independiente)

 

Al observar la ruta, nos percatamos de omisiones, ante ello, es posible que, puntos como San Dieguito, sean estaciones de bandera.

 

Gracias al proyecto para comunicar al puerto de Tampico con la capital potosina, surge y queda establecida la Estación con su taller ferroviario, un sencillo punto demográfico que requiere lo indispensable para su manutención durante su permanencia; integrada en su mayoría por trabajadores ferrocarrileros.

 

El movimiento que se genera, rápidamente se torna en atractivo de oportunidades para otros sectores que, ávidos de espacios, van formalizando poco a poco el trazo de la nueva congregación la cual se asienta en torno a las paralelas, personas de otras latitudes que no tienen nada que perder y, otros que, habiendo no tenido nada; lo mismo resulta, aquí o allá.

 

Para 1895, a cinco años de esa alborozada inauguración, el periodista norteamericano Phillip G. Roeder, corresponsal del diario “The Mexican Herald”, narra sensacional y, con lujo de detalles, su visita a Puente de Dios, descripción omitida, concretándonos sólo al interés que nos concierne: “Tomé el tren de regreso a Rascón después de haber pasado dos horas de sólido disfrute e instrucción en El Cafetal, llevándome dos bastones de madera fina de café, como recuerdo.

En Rascón, tanto el hotel y la casa de comidas acaban de pasar a manos del Sr. S. E. Cameron, quien junto a su estimable esposa brindan toda la comodidad posible a los más de 100 alegres ferroviarios que descansan aquí. Cenamos un delicioso pavo salvaje, con carne de cerdo, pastel de manzana y muchas guarniciones apetitosas, siendo una gran sorpresa para todos los pasajeros.

Rascón tiene algunas 200 almas y es un lugar bastante animado. Aquellos lectores que hayan visto el pueblo de Java, construido completamente de bambú, palma y paja, entonces ya puede formarse una idea de lo que es Rascón. Tiene su placita y los domingos asiste bastante gente. Su río corre cerca y di un largo paseo por sus pintorescas orillas bordeadas por viejos monarcas del bosque e intenté pescar en sus transparentes aguas sin éxito alguno. Aquí es el país de las palmas, por leguas y leguas, estas majestuosas plantas levantan sus gráciles penachos. Este es un paraíso para el cazador o practicarse todo el deporte que se guste por un precio muy moderado y pocas incomodidades. El Sr. Cameron se encuentra acondicionando una linda cabaña especial para huéspedes temporales que deseen darse unas breves vacaciones lejos de preocupaciones y, de los demás. La gente de la ciudad no puede hacer nada mejor que venir a Rascón, donde la naturaleza es tan pródiga en sus manifestaciones y donde encontrará gente amable que le dará la bienvenida”. (Traducción de Autor)

 

Cuando Phillip G. Roeder menciona los días domingos, con mucha gente, con su placita, es fácil o, quizá romántico, imaginarse al modesto espacio concurrido por locales y vecinos, quienes disfrutan placenteramente del momento, quizás, alguien vende comidas, antojitos, carnes, golosinas, u otro tipo de artículos.

 

Un poco más de siete años duró esa alegría dominical, en marzo de 1898, se concluyó el traslado de los talleres del ferrocarril de Rascón a Cárdenas; en donde, por cierto, bautizaron al lugar como “El Rasconcito”. Este cambio de residencia, muy posible, se deba a las condiciones resultantes de las inundaciones anuales, pretendiendo con ello, un piso seco, además de clima más benévolo; o quizás, petición especial del gobernador Carlos Díez Gutiérrez, dueño de la Hacienda de Cárdenas.

 

William Henry Jackson, fotógrafo norteamericano que trabajó para la empresa de los Ferrocarriles Centrales, registró tanto los paisajes como sus gentes. Su obra fue utilizada por la Compañía Southern Pacific Company para editar un sensacional libro turístico titulado “Vamos a México”, edición que circuló en sectores pudientes de los Estados Unidos de América y que, obviamente, invitan a la población de aquél país a visitar México mediante el ferrocarril que ellos administraban. En 1899, a su paso, plasma excelentes tomas de aspectos costumbristas de ese pequeño congregado de sustantivo “Estación Rascón”.

 

Ya para el año de 1900, es común observar personal de origen negro, trabajando en las cuadrillas de reparación del ferrocarril, entre el segmento de las estaciones de Micos y Tamasopo, traídos por la compañía del central mexicano; aunque el mayor número de ellos, los concentran en Tampico, desarrollando labores en la construcción del muelle.

 

PANORAMA DE INICIO DEL SIGLO XX

 

Arriba el siglo XX, el movimiento que generaba la población dependiente del taller ferrocarrilero se hace sentir, la pujanza inicial ahora es añoranza, también se mudó el restaurante con su sencillo hotelito, parte de la escasa gente establecida se hace vivir desempeñándose como pequeños vendedores de frutas y sencillos alimentos, aprovechando los escasos minutos en los que el tren se detenía.

 

Bajo conceptos simbólicos, de aparcería, inician a cultivar áreas próximas a sus domicilios, principalmente maíz y frijol, superficies mínimas; bajo la modalidad de autoconsumo.

 

Curiosamente, la cercanía al cauce les hace verse visitados esporádicamente por norteamericanos quienes, cabalgan tranquilamente por la ribera, o al lado de las paralelas, provenientes de la “Oklahoma Mexican Colony”, pequeño asentamiento establecido en lotes vendidos por José Martín Rascón Altamirano; años antes de su deceso (1896), y que dedicaran en forma extraordinaria al cultivo de jitomate; cierto que, entre sus trabajadores los había de raza negra.

 

Esa actividad sembró en la Estación Rascón el suficiente optimismo, ante el desolador aspecto; desde la partida de los talleres, al ver como sus vecinos transformaban el medio y daban trabajo a jornaleros por temporadas. Impulsándolos a ser autosuficientes, al menos, en lo elemental.

 

A pesar de la insistencia de los americanos, en que su colonia se nombrara como “Oklahoma Mexican Colony”, los mexicanos residentes allí, dentro de las propiedades hortícolas extranjeras,

continuaron llamándola como siempre, “San Dieguito”.

 

Nada podía ser mejor, a inicios de 1905, Cora Townsend, quien administraba la Hacienda Rascón desde el fallecimiento de su esposo, comenzó la construcción del ramal desde Estación Rascón hasta su principal concentración de ingenio y bodegas; la Hacienda “Gallinas”, con ello materializaba la visión de José Martín Rascón, de contar con un rápido acceso al mercado, movilizando la dulce producción en forma más eficiente. Un plan que, surgió desde el ofrecimiento de donar al central mexicano el terreno aquél, con la condición de que se estableciera una Estación; ahora, todo tenía sentido.

 

Residentes de la Estación Rascón se encargan de los trabajos de al menos, buen segmento del trayecto y, de la construcción del puente, hoy mal llamado “La Mula”, mientras otro frente, que iniciaba en la Hacienda “Gallinas”, hacía lo propio, acondicionando el terreno para el sencillo terraplén.

 

De los bosques circundantes se extraían los maderos para confeccionar los durmientes, empleando en ello, un número considerable de peones.

 

Los rieles, de infraestructura nacional, arriban a Estación Rascón poco a poco, y conforme llegan, son de inmediato colocados.

 

Este movimiento, inyecta por algunos meses, un interesante flujo demográfico que, habrían de asentarse en la misma Estación Rascón y, en una naciente ranchería; El Chino.

 

Cora Townsend viuda de Rascón, actuaba acertada, convencida de los proyectos para dinamizar aún más, el legado que heredaría a su única hija.

 

Empleaba a los residentes de “Gallinas” durante la cosecha de la caña y cuando la tierra se preparaba para la siembra, la fuerza de trabajo se complementaba con cientos de trabajadores de medio tiempo; provenientes de los alrededores, empero, Townsend mantuvo condiciones discriminatorias salariales, pagando .30 centavos diarios; en cambio, su capataz y algún otro, de origen norteamericano, ganaban una abismal diferencia. Situación que se acentuó en junio de 1903 cuando, gastara 288.35 dólares en la “compra de negros”.


Al fallecer la señora Cora Townsend en 1906, su principal heredera, su hija Cora Alice Monroe Lee, al ser menor de edad, no puede quedar al frente del complejo, lo hace en su nombre, su tío el Doctor George H. Lee, de Galveston, Texas, quien con inversionistas estadunidenses toman el control absoluto de la aún enorme propiedad. De entre sus primeras acciones fue elaborar un minucioso censo interno para conocer sus activos.

 

Después de ello, venden algunas fracciones de la Hacienda, es así como surge la Hacienda “La Mula”, siendo su propietario Guillermo Eschauzier, quien el 12 de julio de 1909, solicita ante la Secretaría de Fomento, Colonización e Industrias, que se le conceda autorización para disponer de aguas del Río Tamasopo, que habría de usar en el regadío de 500 hectáreas idóneas para el cultivo de caña de azúcar.

 

Ahora, los habitantes de Estación Rascón, son en su mayoría, peones temporales de la Hacienda “La Mula”; por su proximidad, abriendo nuevas áreas de cultivo y realizando desmontes para el ganado vacuno que, se convertiría en la principal actividad de la nueva finca.

 

 

AÑOS DE REVOLUCIÓN

 

A inicios del movimiento armado de la Revolución Mexicana, en 1910, a nuestra región solo llegaban voces fugaces y ecos mal entendidos.

 

Empero, para 1913, la situación se tornó desafiante, la presencia de subversivos, cuatreros, bajo el mote de revolucionarios, transitando por las serranías provocó que, por ejemplo, la mayoría de los habitantes de San Nicolás de los Montes huyeran, pretendiendo seguridad a sus personas, abandonando los bienes. De ellos, algunos se avecindaron en Estación Rascón, otros tantos continuaron hasta Ciudad Valles e incluso, Tampico.

 

Los vecinos de la “Oklahoma Mexican Colony”, pronto determinaron que, la mejor inversión en la vida; es la vida misma, llegando a instalarse momentáneamente en Santa Cecilia, hoy Ciudad Madero.

 

Rápidamente la región se vio inmersa en el caos que, a su paso, sembraban los “cedillistas”.

 

Acudían a extorsionar a la Hacienda de Agua Buena y a la de “Gallinas”, obteniendo de la primera, recursos en efectivo y, de la segunda, materia prima, los animales que sacrificaban para alimentarse eran tomados con saña y brutalidad, sin más autoridad que la del hambre. Así diseminaron su presencia, a punta de despojos sobre quienes poseían lo que ellos necesitaban.

 

Estación Rascón fue testigo del recurrente tránsito de estos bandoleros que, una vez que sometieron la zona, sin más adversarios por el momento, determinan movilizarse siguiendo el trazo de las líneas férreas y, hacen de ellas, parte estratégica de sus planes.

 

Esas vías que en sus primeros años eran sinónimo de apertura económica, generosas oportunidades para quienes, en forma valiente, determinados se hallaban a forjar un distinto destino en una nueva tierra, lejanos de sus orígenes.

 

Ahora, esas mismas vías, facilitaban el movimiento de la tropa que, desde Micos a la sierra de Tamasopo, las recorrían con aire desafiante y, levantando a capricho segmentos de ésta. Así que vivir en torno a una estación del tren o en ranchería próxima al tendido, de ser ventajoso pasó a ser un inconveniente, cierto que, la geografía del propio Rascón, le permitió ser descartado como escenario bélico; más no así sus vecinos cercanos.

 

El 19 de agosto de 1913, “El Imparcial”, un rotativo matutino de la Ciudad de México, pregonaba que: “Un grueso destacamento de fuerzas partió en el acto para hacer las reparaciones y desalojar á los autores. La vía entre los puntos conocidos por San Dieguito y Tamasopo, de la línea de Tampico ha sido cortada. Esta noticia nos fue comunicada en la gerencia de las Líneas Nacionales de México, en donde se nos informó, además, que tan pronto como el gobierno tuvo noticias del suceso, envío á un grueso destacamento de fuerzas de la federación con objeto de desalojar á los rebeldes de la vía y procurar que las reparaciones queden terminadas en corto tiempo. Los trenes que hacen el servicio entre Tampico y San Luis Potosí tuvieron que regresarse ayer al lugar de su partida al tener conocimiento de que los rebeldes habían cortado la vía”.

 

Esta táctica de dañar la estructura férrea para impedir el paso de tropas federales o al menos, ganar tiempo mientras huyen, fue común de este grupo; aunque no solo destruían vías, lo hicieron por igual con la estabilidad social, con la incipiente agricultura de autoconsumo, detuvieron el ritmo laboral en las grandes fincas, provocando la anexión de algunos peones a sus filas en donde al menos, había comida. Su accionar, de un salvajismo primitivo difícil de enfrentar.

 

Los “cedillo” empezaron siendo anti maderistas, después se unieron al profesor Alberto Carrera Torres quien, publicaría una reclama revolucionaria sobre reparto de tierras, justificando con ello el levantamiento armado.

 

Desde los últimos meses de 1914, las escaramuzas se recrudecen, ahora los “cedillo” unidos a villistas; bajo la bandera “Convencionista”, se perfilan rumbo a Ébano para enfrentar a los “Constitucionalistas”, pero en su recorrido experimentan enfrentamientos en los que, con penalidades y numerosas bajas, suelen salvar.

 

El más atroz, se vive en Tambaca, en enero de 1915, en forma por demás inhumana, al derrotar tras horas de combate a la sencilla brigada de “Constitucionalistas”, arremeten contra la población civil, quemando casas, acribillando animales, destrozando todo lo destruible y, violando a cuanta mujer encuentran, sin importar edad.

 

Higinio Olivo, originario de La Labor, cae acribillado en esta batalla que, como rival, el villista Tomás Urbina comandó.

 

En seguida, el nativo de Cerritos, Adalberto de Ávila Rangel; al frente de una avanzada, “cedillista-villista”, tras feroz y sangriento combate, contra Arturo Careta, en San Dieguito, ambos caen muertos y, las tropas se retiran totalmente desorganizadas, cada una pretendiendo la seguridad de su propio cuartel.

 

El grueso del contingente “cedillista-villista” continúa su marcha, entablando otro enfrentamiento en las cercanías de Valles, pero sin significativa resistencia. Mientras el batallón prosigue, otras brigadas cuidan sus espaldas, así, se mantenían esporádicos y breves enfrentamientos por la zona hasta que lograron el control absoluto y vía libre hasta Ébano.

 

Estación Rascón presenció el transitar de miles de ellos, por igual, el retorno cabizbajo producto de la derrota.

 

Transcurre el tiempo y los “cedillistas” prosiguen operando en la región, cada vez más aguerridos, huidizos ante la persecución de tropas federales, continúan prometiendo a los peones tierras; las tierras del patrón, del hacendado, con la única condición de unirse a ellos, a la “causa”.

 

Dañan puentes y vías férreas para después internarse a la serranía. 

 

Para 1917 logran, a base de intimidaciones y arrebatadas exigencias, el total abandono de proyectos de inversionistas ligados a la Hacienda Rascón, dejando las fincas solas, abiertas al saqueo y la destrucción.

 

El Plan de Agua Prieta, en 1920, los reivindica, ahora figuran al lado de los vencedores sonorenses, ahora, de villanos a héroes, de asesinos y roba vacas, viles violadores de mujeres indefensas a patriotas.

ESTACIÓN RASCÓN

EL ORIGEN   El surgimiento de Estación Rascón tiene origen en la necesidad de la Compañía del Ferrocarril Central Mexicano de contar c...