miércoles, febrero 07, 2018

INVERSIONISTAS ESTADUNIDENSES


“G. E. y Augusta Fuller compraron nueve lotes numerados por un total de 500 acres (200 ha.) de ricas y planas tierras bajas localizadas entre la ciudad de San Dieguito y la estación del ferrocarril en Micos. Criaban caballos y vacas, pero su principal énfasis era la caña de azúcar. Compraron carretas y vagonetas para transportar caña, arados maquinaria y herramientas y erigieron cercas, graneros y un ingenio. Éste contenía una caldera, un motor, tanques y evaporadores en un edificio adyacente. Las instalaciones industriales valían unos 6,000 dólares. Los Fuller construyeron una enorme casa, una tienda y una bodega cerca de las vías del tren. Pronto descubrieron que el negocio de la caña de azúcar era más rentable que la venta de menudeo y convirtieron la tienda y la bodega en centros de almacenamiento de azúcar para ellos y sus vecinos. Tres grandes casas, valuadas en 1,000 dólares, se construyeron junto al ingenio para sus empleados estadunidenses. Cerca construyeron una docena de chozas para sus trabajadores mexicanos. Para principios de la segunda década del siglo XX, los Fuller tenían 170 acres (70 ha.) de cultivo de caña y otros ochenta (32 ha) listos para ser sembrados. El cultivo anual rendía utilidades netas de 9 mil dólares.
Los hermanos Cedillo fueron el principal problema de los estadounidenses. No sólo invadían propiedades, sino que también practicaban el terror para expulsar a los extranjeros. Linton M. McCrocklin había poseído 43 mil acres (17,400 ha) cerca de Micos desde 1903. Su hacienda Espíritu Santo incluía 400 acres (160 ha) de caña de azúcar, 300 (120 ha) de pastizales, una extensa área de plátanos y cítricos, sesenta casas para sus trabajadores y una casa grande para su familia. El 15 de noviembre de 1913, Enrique Salas, rebelde local de filiación desconocida, y, 1,000 compatriotas locales armados exigieron efectivo y provisiones. Incapaces de obtener suficientes fondos, los rebeldes colocaron una soga alrededor del cuello de McCrocklin y lo levantaron hasta que los dedos de sus pies apenas tocaban el suelo. Lo dejaron en esas condiciones mientras saqueaban su casa, la del capataz y la tienda de la compañía. Los empleados no fueron molestados. Los revolucionaros advirtieron a McCrocklin que regresarían en pocos días para recoger un pago de 3 mil pesos. McCrocklin, el administrador y los empleados huyeron”. (Hart, 2010: 303-304)

Bibliografía consultada:
“IMPERIO Y REVOLUCION. Estadunidenses en México desde la Guerra Civil hasta finales del siglo XX. John M. Hart, Ed. Océano. México, 2010.

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