sábado, junio 07, 2008

ODISEAS DE UN VIEJO CAMINO EN UN VIEJO CAMIÓN


Salíamos presurosos, con la esperanza de que el astro rey molesto dejara caer el poder de su furia sobre el Kilómetro 470 y Tambaca, sin soltar una pequeña bolsa, subía al viejo verde camión que acondicionado como pipa utilizaba Gabino López para vender agua en aquellos recónditos sitios olvidados de Dios y de las autoridades municipales.
Era sábado, mi día de paseo, en la bolsa que sujetaba siempre fuertemente, resguardaba unas gorditas, bien llenitas de frijoles refritos, otras de revoltijo bien revuelto de huevo con jitomate y cebolla, también unas bolas de chorizo que de último momento la abuela me diera. Y unos jugos de lata; de esos del árbol que habla.
Dejábamos atrás Cantarranas para dirigirnos al Nacimiento donde llenaban la pipa, después tomábamos la carretera rumbo a Tambaca, aún son once kilómetros; en ocasiones me da la impresión que es mucho más la distancia que nos separa unos de otros, una vez en el camino iniciaba la odisea, lleno de baches la ruta se mostraba frente a uno, callada y solitaria, el viento levantaba enormes polvaredas que solían estrellarse no en el camión sino en el rostro de nosotros, pasmoso el movimiento del vehículo, con el peso de la carga, con baches llenos de hoyos, parecía que ni se movía, que no avanzaba; entonces le comenté a Gabino que porqué no le ponía más llantas al camión, que a lo mejor con más llantas iba más rápido, él guardó silencio por un momento, me contestó que las llantas costaban dinero y que para tener dinero había que vender mucha agua.
El viejo vehículo continuo su marcha, lentamente se fue aproximando a los “Aguilares” y un frondoso bosque brindaba la sensacional impresión de adentrarse en las entrañas desconocidas y salvajes; esperaba ver de un momento a otro los felinos asesinos de los cuales Gabino me había prevenido y ex profeso consumí lo recomendado para esos casos, tres dientes de ajo; con ello los felinos no se atreverían ni a cruzar el camino.
Pasado ese pequeño tramo de bosque y afortunadamente sin peligros, seguía una recta entre altas palmeras y un ruido escandaloso de pájaros hasta llegar a una lomita en donde recuerdo claramente había una cruz alta de madera, creo no haber visto casa alguna, la cruz la habían colocado porque decía la gente que en las noches se aparecía el alma en pena de no se quien, una mujer que solía pedir “aventón” a los carros que pasaban y que si no se detenían ella se aparecía dentro del auto. Eso no me preocupaba, aunque de regreso pasábamos de noche, la aparecida la veían solo los conductores y yo, no manejaba.
Pronto llegamos a los puentes Pretiles, recordé que el agua representa dinero y sí, pensé que era la solución, rápido comenté que era mejor si en lugar de llevarles el agua los trajésemos al río, primero miró su reloj, se rascó su panza, se quitó y colocó nuevamente su sombrero; yo pensaba que él pensaba en lo que pensaría la gente, pero no, el no pensaba como yo pensaba. Solo me dijo: “Nadie paga por meterse al río, mejor piensa lo que le vas a decir a la gente para que te compre el agua de la pipa”.

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